Jim Morrison y sus fantasmas

La infancia es el momento de esplendor de la curiosidad. Estamos descubriendo cómo funciona el mundo desde cero, todo es completamente nuevo y la mente se vuelve más receptiva que nunca a lo que pasa alrededor nuestro. Por eso es que la mayoría de los mambos que tenemos encuentran un origen y una explicación en esta etapa de la vida.

Mediados de 1947. La Segunda Guerra Mundial acababa de terminar, y EEUU iba en camino un período de gran prosperidad económica. El pequeño James Douglas Morrison tenía cuatro años. Hijo de un aviador e instructor militar, el trabajo del Capitán Morrison obligaba a la familia a viajar y mudarse constantemente. Tanto es así que a su corta edad ya había vivido en cuatro ciudades diferentes, lo que sumado a la ida de su padre a la guerra, lo había marcado profundamente.

Jim y su familia, circa 1950.

Una mañana de noviembre, los Morrison viajaban por enésima vez a través de una ruta cerca de Santa Fe, Nuevo México. Ese día pasó algo que marcó a Jim para siempre.

Mi padre, mi madre y yo, creo que también estaba mi hermana, y mi abuela y abuelo, estábamos viajando en auto a través del desierto, al amanecer. Un camión repleto de trabajadores indígenas había chocado con otro auto, o… no sé bien qué pasó. Pero había indígenas esparcidos por toda la carretera, desangrándose hasta la muerte.

El auto da la vuelta y se detiene (…) Mi padre se baja a chequear y yo me quedo mirando a través de la ventana del auto. Esa fue la primera vez que sentí lo que era el miedo. Habré tenido unos cuatro años, cuando la cabeza de un niño es como una flor que simplemente flota en la brisa, man.

No sé si estoy loco, pero la sensación que tengo ahora al pensar en eso, mirando para atrás, es que las almas de los indígenas muertos, tal vez una o dos de ellas, estaban corriendo enloquecidas de acá para allá. Y simplemente, entraron en mi cuerpo. Y aún siguen ahí…

Jim Morrison en The Doors: The Lost Interview Tapes.

Esta experiencia se volvió un hecho central en su vida. Tal es así que fue recurrentemente mencionada por él a lo largo de su vida y de su obra, como podemos comprobarlo en Peace Frog (Morrison Hotel, 1970), en Dawn’s Highway y Newborn Awakening (An American Prayer, 1978).

Si bien los detalles fueron mutando con los años, no sabemos si por una estrategia de marketing (?), el achaque de los excesos o por esa visión distinta de las cosas que te da el paso del tiempo; lo cierto es que para ese pibe de 149 de IQ, nacido en medio del auge de la generación beat, rodeado de libros de filosofía y desequilibrio familiar, esa traumática imagen de los pieles rojas desparramados significó el encender de la llama del interés hacia el chamanismo, el libre pensamiento y la muerte.

Desde joven recorrió con voracidad las páginas de Kafka, Kerouac, Nietzsche, Blake, Ginsberg y otros tantos; y descubrió en ellos su manera de canalizar aquel caos interno: la poesía. Y si, Jim nunca quiso realmente ser músico. Mucho menos que el reconocimiento de la gente sea por la música y no por la poesía, algo que le causó bastante frustración a lo largo de toda su vida. Pero bueno, cuando las cosas tienen que pasar, de alguna forma, pasan.

Una tarde de verano, mientras fumaba un porro en Venice Beach, conoció a Ray Manzarek y le leyó su poema Moonlight Drive —que luego terminó siendo la primera canción de The Doors— y lo dejó maravillado. Inmediatamente, Ray le invitó a formar parte de la banda que estaba armando. Jim no quería ni sabía cantar. Era muy introvertido, además soñaba con ser cineasta y poeta. Pero terminó aceptando.

Lo que viene después ya todos sabemos. Lo cierto es que desde ahí y hasta el último día de su corta estancia en la Tierra, Jim trató de desprenderse de la imagen de rockstar y acercarse a la que él realmente quería proyectar: el poeta. El chamán. El sacerdote oscuro. El indígena que vio en aquella ruta. Y actuaba como tal en los shows.

«Cuando el chamán siberiano se prepara para entrar en trance, todos los aldeanos se reúnen y sacuden sonajeros y silbatos y tocan los instrumentos que tienen a mano para ayudarlo. Hay golpes constantes, fuertes. Y estas sesiones duran horas y horas. Fue lo mismo con The Doors cuando tocábamos en vivo… Era como si Jim fuera un chamán eléctrico, y nosotros fuéramos la banda del chamán eléctrico, golpeando, lejos detrás de él».

Ray Manzarek a la revista Sixteen, unos años después de la muerte de Jim.

Jim encaraba los conciertos como rituales, celebraciones poéticas y dramáticas donde entraba en trance y experimentaba desde el escenario sacudiendo las mentes de los asistentes y de la opinión pública. Se tiraba al piso, imitaba sonidos de animales, giraba alrededor del micrófono, a veces ni siquiera cantaba… al igual que en varios aspectos de su vida —para no decir todos (?)—, no se limitaba en absoluto.

“I am the Lizard King, I can do anything…”.

De su poema oscuro y surrealista The Celebration of The Lizard tiene origen su famoso apodo The Lizard King, que si bien —según él— no es autorreferencial, podría interpretarse que inconscientemente habla de sí mismo. No parece coincidencia, y la explicación probablemente también resida en aquella temprana experiencia traumática con los indígenas Hopi. Como todo chamán, Jim se sentía muy conectado con los animales, en especial con el lagarto y la serpiente. En su óptica, el universo era como una serpiente gigante donde las personas, objetos y paisajes eran pequeñas imágenes que vivían en sus escamas.

Las mentes brillantes son insaciables, inquietas, irreverentes, impredecibles. Y cuando están un poco perturbadas, se vuelven incontrolables hasta para el que las posee. Jim creía, según sus palabras, “en un largo y prolongado alterar de los sentidos para obtener lo desconocido”. Para abrir las puertas de la percepción, recurrió a inmensas cantidades de alcohol y LSD, entre otros (?). Buscando huir de sus adicciones y sus fantasmas se mudó a París, pero tres meses después lo encontraron en una bañera sin signos vitales. El 3 de julio de 1971, el espíritu de aquel Hopi que se adueñó de Jim en la carretera de Texas, fue finalmente libre. Y nació la leyenda.

Por suerte, el tiempo siempre pone las cosas en su lugar. Hoy, al fin, es reconocido no solo por la música, sino como él siempre quiso, como un poeta. Y, para mi gusto, uno de los más trascendentes del siglo XX. Un poeta que logró algo que otros colegas no consiguieron: formar parte de la cultura popular.

Y también como un chamán. El chamán del rock.

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